dilluns, 3 d’agost del 2020

DOMINAR EL TIEMPO

DOMINAR EL TIEMPO

 

El significado de este titular parece una quimera, un sueño inalcanzable. La humanidad, siempre, desde que el mundo es mundo lo ha querido conseguir y hasta la fecha nadie lo ha conseguido o eso creemos, como una ilusión convertida en agua que se escapa de las manos y se desliza entre los dedos como el agridulce manantial de la vida.

¿Quién no ha soñado con con la eterna juventud? ¿Librarnos de enfermedades que nos van limitando el camino para llegar a evitar lo inevitable, que nadie ha podido conseguir? Ni magias, ni misterios  ni alquimias... Ni los cirujanos plásticos, ni los científicos que adelantan día a día. Podemos decir la frase hecha, que la conozco desde siempre, “la ciencia avanza que es una barbaridad” y como dirían nuestros abuelos y abuelas, pero no han podido cumplir en los términos deseados, detener el deterioro del ser humano, aunque sí el paliar las consecuencias de algunas enfermedades con la medicación y la cirugía, ayudados por las nuevas tecnologías y la robótica, más precisa incluso que el pulso humano.

La vida humana, tan efímera, queramos o no, caduca sin lugar a dudas. Pero no me voy a referir al tiempo que pasa y no vuelve que puede dar tanto de sí a filósofos y poetas. El tiempo implacable que sin solución posible nos cae encima queramos o no. Me referiré al tiempo climatológico, y su gran ciencia, la meteorología, de estudios más precisos. Hablar del tiempo es el tema de conversaciones cortas de compromiso, cuando te encuentras con un vecino en el ascensor, y no tenemos nada más importante de qué hablar. A veces no nos damos cuenta lo importante que es escuchar su predicción en los medios de comunicación si has de realizar viajes a cortas o a largas distancias. Hemos dicho también, “escuchar el tiempo, tiempo perdido”, aunque a veces acierten. En cada casa hay algún forofo o forofa que nos hace callar para escuchar las noticias del tiempo, cuando a lo más que suele viajar es a la vuelta de la esquina.

Salgo de casa, fresquita, en la calle estamos a casi cuarenta grados de temperatura, camino dos calles por la sombra, protegida del sol con sombrero y gafas oscuras, la luz hiere mis ojos, protección cincuenta para la piel como para la playa –recomendable utilizarla todo el año y a todas las horas del día– y antes de que las gotas de sudor tengan tiempo de resbalar por mi columna, ya estoy en la cafetería de costumbre, tomando un cortado descafeinado y un pincho de tortilla –o no, por la dieta y la salud– y escribiendo mis notas o el borrador de este escrito, leyendo los periódicos en mi momento de asueto acompañada de mi soledad más deseada, fresquita como una rosa. Gracias al aire acondicionado. Lo tenemos en nuestro día a día, tan normal, que no pensamos en la gran importancia de este invento, y no cogemos un pasmo porque Dios no quiere, por los cambios bruscos de temperatura. Me siento dueña de dominar el tiempo, la temperatura. Lejos quedaron los agobios de otros tiempos, que bien pensado, no hace tanto. Recuerdo en nuestro entorno hace cuarenta y cinco años sufríamos el calor, no en silencio, pero sí con gran dosis de conformismo. Los medios de transporte, clínicas, oficinas, comercios, mercados. Ventiladores por doquier y a veces ni eso.  Artilugios caza insectos colgados de los techos. Ahora gozamos de zonas limpias, con temperaturas de primavera, igual en grandes y pequeñas superficies,  en nuestras casas, que quién lo iba a imaginar. Todo gracias a su inventor, el ingeniero electrónico estadounidense Willis Carrier, a finales del siglo XIX, y con bastante retraso llego a nuestro país. Pero nunca es tarde si la dicha es buena. Gracias Willis Carrier por ayudarnos a dominar el tiempo, solo con darle a un botón, sin importarnos las inclemencias adversas de fuera, facilitándonos la vida. Claro que no se salvan los trabajadores del campo, de las carreteras y los constructores, pero todo se andará, tiempo al tiempo. Si nuestros abuelos y abuelas abrieran los ojos, cuando soñaban quimeras de recoger el sol en espuertas y guardarlo para el invierno y la nieve en capazos para refrescar el verano, seguro que querrían quedarse a disfrutar de nuestro presente, para ellos su futuro.

 

Gloria Fandos Gracia

 

Tortosa( Tarragona)